El peso de la existencia (Heidegger)

Por Adrian Aranda

Uruguay

En mi opinión, la filosofía nace como un intento humano de salvaguardarse de la contingencia del mundo. Un intento de salvación del individuo debido a su condición frágil ante la fuerza de la contingencia. Sócrates, pero sobre todo Platón, intentan ordenar el devenir histórico-cultural de su mundo circundante, en un todo conceptual, que esquematiza el flujo de la vida para hacerlo pasible de comprensión. Esto no es sino otra manera de definir el hacer teoría. Hacer teoría es en algún sentido aliviar el sufrimiento que siempre está latente ante la contingencia del mundo. La teoría, recorta y ordena el caos para hacerlo comprensible. Y comprender siempre alivia el padecimiento. Es importante la advertencia de Adorno al respecto de que no solo la teoría sino su ausencia puede transformarse en una fuerza peligrosa.

Aún hoy, 2500 años después, la contingencia nos sigue arrollando en muchas dimensiones de la vida humana, aunque por supuesto con la ciencia moderna y la tecnología contemporánea hemos sometido muchas fuerzas mundanas a un dominio parcial o total. La teoría, aunque no tenga consecuencias prácticas inmediatas, al ayudar a la comprensión mediante la clarificación y conceptualización, es el primer paso hacia la emancipación de las fuerzas contingentes que dominan al hombre. Cuando la teoría alcanza un nivel de claridad conceptual que permite la intervención técnica en la naturaleza y su modificación, nos encontramos en el estadio de lo que hoy llamamos “ciencia”. Por ello y muchas otras razones, no podemos ignorar la relación tan cercana que mantienen y seguirán manteniendo la filosofía y la ciencia, más allá que nos encontremos en una etapa histórica en que la ciencia se ha desviado en parte de su rol originario como práctica emancipatoria.

Los críticos de la razón occidental del siglo pasado, vieron este problema con suma claridad: El peligro de una razón técnica que practica la ciencia ya no con fines emancipatorios para aliviar el sufrimiento, sino con fines ajenos a ello, que muchas veces resultan en un aumento de la opresión y el sufrimiento sobre el ser humano. Así como Kant estableció los límites, alcances y posibilidades de la razón especulativa en el siglo XVIII, fue tarea de la filosofía del siglo XX, y lo sigue siendo para quienes hacemos filosofía en el siglo XXI, establecer los límites, alcances y posibilidades de la razón científico-técnica, puesto que la misma ha sobrepasado sus propios límites. Esta tarea, como ya mencionamos, ha sido comenzada por la Teoría crítica, la fenomenología, la hermenéutica y la filosofía de la ciencia en el siglo pasado, pero debe ser mantenida y continuada en pos de preservar todo aquello de humano-vital que la razón científico-técnica pretende constantemente devorar.

Ahora bien, aunque la filosofía haya comenzado como un intento de salvarse de la contingencia, y tuvo cierto éxito, en algún momento histórico que no podemos desarrollar ni precisar aquí, tuvo que reconocer la imposibilidad de salvar al sujeto-humano de su finitud , lo cual es el espejo humano de la contingencia del mundo.  

La Modernidad, en una de sus tantas acepciones, puede entenderse como la acumulación de un saber, producto de un proceso de desengaños, que ha incrementado  la autoconciencia de la finitud humana y de la contingencia del mundo. La inmunidad ante la conciencia de la vulnerabilidad de la existencia, que en otro tiempo proporcionaron las grandes religiones y sistemas metafísicos, de manera dosificada ha ido desapareciendo de la cultura occidental. Hoy más que nunca, como seres humanos nos sabemos finitos, y comprendemos la contingencia del mundo, su carácter abierto, es decir, su predisposición a la disrupción.

1. Conferencia pronunciada en la International Conference: Paths of Thought in Heidegger´s Being and Time, el 28 de enero de 2024.

La disrupción, entendida como un acontecimiento que interrumpe  bruscamente el transcurso normal de las cosas, en la modernidad en la que aún habitamos, forma parte elemental de cómo el ser humano entiende que se relaciona con el mundo y con los otros. Por supuesto que sigue habiendo (y con mayor diversidad) ofertas tranquilizantes para huir ante este saber, es decir, el saberse finito ante un mundo contingente el cual no está exento a la disrupción. Freud llamó a estos acontecimientos que “hieren” el ego humano, “Vejaciones”, y Sloterdijk, en su conocido ensayo La vejación a través de las máquinas, los define como la autoconciencia de “darse cuenta de la desventaja de ser nosotros mismos”.

En mi opinión, Ser y tiempo se presenta como un análisis estructural de esta desventaja, en términos de una analìtica del ser del hombre finito. Por supuesto no es el primer libro que pone de manifiesto la finitud del ser humano, pero sí quizá la primer obra filosófica que define esta finitud como un a priori estructural de primer orden en la relación del ser humano con el mundo, y analiza esta estructura tan minuciosamente mediante los “existenciarios”, las categorías de nuevo orden que Heidegger utiliza para clarificar la estructura finita del ser humano.

Un análisis estructural del a priori mediante el cual el ser humano se relaciona con el mundo ya lo había realizado Kant, pero derivando todo de la razón humana como facultad que conoce. Kant, heredero de la tradición moderna, en la cual la problemática de primer orden era el conocimiento, continúa esa línea de investigación en la Crítica de la razón pura. Heidegger desplaza el problema del conocimiento como problema de primer orden y muestra que el mismo es un asunto derivado, poniendo de relieve el estar-en-el-mundo como tal, como problema de primer orden filosófico. Antes de conocer, el ser humano “es”.

Con Sein und Zeit, Heidegger abre un camino que tiene como fundamento la finitud humana y todo lo que esta conlleva. Hay un doble movimiento que surge de las premisas fundamentales de dicha obra. Por un lado, queda al descubierto la condición finita del hombre y cómo este se mueve en una existencia condicionada. Y en segundo lugar, queda también manifiesto la tendencia del ser humano a huir de esta finitud, su resistencia a llevar el peso de la existencia. De manera más sintética, podríamos decir que Ser y tiempo muestra en profundidad el peso de la existencia, y la tendencia del ser humano a huir de esta carga.

Pero, ¿qué es lo que pesa de la existencia? Apoyándome en Ortega y su ensayo Sobre la técnica, creo que lo esencialmente pesa es la inadecuación entre el ser del hombre y el ser del mundo. El ser humano desde el nacimiento hasta la muerte no se siente en casa, siempre está des-alojado, buscando alojo, a veces con éxito y a veces no. El ser humano es pura ambigüedad, no coincide con el mundo ni consigo mismo. Su no-coincidencia con el mundo lo ha llevado a alterarlo, a dominarlo, a realizar eso que hemos llamado técnica y hoy llamamos tecnología. Y no coincide consigo mismo porque su ser se desdobla entre una interioridad potencialmente infinita, y una exterioridad finita. Un hombre adulto mayor, puede estar en excelente estado mental, espiritual y tener mucho para aportar a la humanidad, y sin embargo su exterioridad finita le avisa constantemente que sus días se diluyen como una gota en el mar. La muerte lo acecha como a un moribundo que la espera con suma desdicha. Pero lo más “pesado” que la existencia nos sobrepone, es el saber de todo ello. El ser humano sufre más por saber que va a morir que por el morir mismo. A esto se refiere Heidegger cuando alega que el Dasein comprende su ser. Comprender el ser es conocer las reglas de juego de la finitud. La analítica existenciaria del Dasein tiene como uno de sus objetos mostrar esto mismo. No obstante, ya dijimos que el ser humano huye de la angustia que le trae esta comprensión de su ser, de saberse finito y mortal.

En su libro El extrañamiento del mundo Sloterdijk muestra cómo los narcóticos han sido uno de los tantos caminos que el ser humano ha tomado para huir de la angustia de la finitud. Y bajo narcóticos Sloterdijk subsume desde la droga en su sentido más coloquial hasta las experiencias espirituales, místicas o filosóficas, que de algún modo alejen al ser humano de la sobriedad. Cabe preguntarse aquí, ¿existe la sobriedad en este sentido, es decir, la sobriedad existencial? Para Heidegger esta sobriedad sería el estado-de-resuelto, pero el Maestro de la Selva Negra sabe bien que esto aparte de ser acontecimental, es una decisión de individuos, muy alejada del comportamiento de las masas.    

Es curioso que la tendencia a huir de la finitud, desde el Informe Natorp de 1923, Heidegger la concibe como un “errar” o “caer”, como si no se fuera consciente de esta huida. La errancia arrastra al ser humano al olvido de su finitud tal como un narcótico arrastra a un adicto a estar bajo los efectos del mismo. ¿Pero qué es entonces esta errancia? La errancia es hacia donde el ser humano se desliza por su resistencia a cargar el peso de la existencia. Cuando el ser humano se resiste a cargar con el peso que conlleva existir, erra, y cae. En Ser y tiempo Heidegger llama a esto el estado-de-caída y lo describe como un espacio donde el “caído” es absorbido desde su interioridad por un sujeto-impersonal, el Das Man, término que no tiene una fiel traducción al español pero que tiene relación con el uso que hacemos de la palabra “uno” en español, en expresiones impersonales tales como “uno se siente cansado luego de hacer deporte”.

De todas maneras Heidegger lo define de modo magistral en el parágrafo 34:

el DasMan despliega una auténtica dictadura. Gozamos y nos divertimos como se goza; leemos, vemos y juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga; pero también nos apartamos del «montón» como se debe hacer; encontramos «irritante» lo que se debe encontrar irritante. El DasMan, que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la suma de ellos), prescribe el modo de ser de la cotidianidad.

2. Heidegger M. Ser y Tiempo. 3a ed. Madrid: Trotta; 2016. p.146.

Como habrá notado el lector avezado en la terminologìa heideggeriana, hasta aquí he usado indistintamente las palabras “sujeto”, “ser humano” y “hombre” para referirme (citando a Heidegger) “al ente que somos en cada caso nosotros mismos”. A este ente Heidegger lo llamó Dasein justamente para evitar las palabras que yo utilicé de manera indiscriminada. Para Heidegger, el Dasein precede al ser humano o sujeto. Estos se derivan de aquel, pero el Dasein es más originario en un sentido fenomenológico, pues es un espacio abierto donde el ser se manifiesta y acontece. El ser y la verdad del ser. El trabajo filosófico de Heidegger en arrojar luz a la estructura finita del Dasein y a la tendencia del Dasein de huir de su finitud, lo hace a fin de poder dilucidar el sentido del ser en el horizonte del tiempo. Pues el diagnóstico elemental de Sein und Zeit es que la pregunta por el ser ha sido olvidada. En algún sentido, Sein und Zeit es una lucha contra el olvido, y de esta manera, indirectamente también representa una manera nueva de plantear la tarea de la filosofía, pues coloca al filosofar mismo como lucha contra el olvido originado por las distorsiones del sentido. No en vano Ser y tiempo comienza con la siguiente sentencia:

“Die genannte Frage ist heute in Vergessenheit gekommen…”

“Hoy esta pregunta ha caído en el olvido…” (J.E. Rivera)

En todo olvido yace el peligro del engaño. Aquello que olvidamos  se nos puede re-presentar en un aspecto distorsionado en relación a lo que realmente es. Al olvido le antecede el ocultamiento. Si queremos que algo sea olvidado es menester ocultarlo y dejar que el tiempo haga su trabajo. Por lo tanto, el olvido y el ocultamiento son condiciones de posibilidad del engaño. Quien se dedica al pensamiento y la búsqueda de la verdad, no hace otra cosa que luchar contra el olvido y el ocultamiento.

La Filosofía es un modo de habitar, luchando contra el olvido y el ocultamiento, pues la búsqueda de la verdad supone buscar algo que creemos o suponemos que existe, no obstante, su carácter de “oculto” nos lo ha vuelto algo olvidado. ¿Cómo podría habitar en los seres humanos el ansia por la verdad si antes no suponemos su existencia? Ahora bien, si nadie ha encontrado la verdad, buscarla supone buscar sin saber qué estamos buscando. A pesar de ello, el ser humano encuentra verdades mediante la indagación e investigación abriéndose camino mediante la especulación y la potencia del pensamiento.

 En el olvido yacen muchos peligros, aunque también los hay en la “plena memoria” como bien lo muestra Borges en su cuento Funes el memorioso. Una plena memoria sería insoportable, ningún ser humano podría vivir así. El Psicoanálisis nos ha mostrado la necesidad del olvido para la estabilidad de nuestra psiquis, eso que Freud llamó represión. No obstante Freud también señala, y esto es uno de los pilares del psicoanálisis, que lo reprimido (olvidado) vuelve (reaparece) como síntoma, pues el “pleno olvido” también resulta imposible. Nuestra condición humana finita, nos impone que el pleno olvido y la plena memoria sean imposibles.

El olvido es la ausencia en la conciencia inmediata de un objeto “x”, y la memoria es la presencia y permanencia de un objeto “x” en la conciencia inmediata. Y aunque ambos extremos, tanto la plena memoria como el pleno olvido representan un peligro, la tendencia humana es al olvido, por lo que luchar por la verdad es luchar contra el olvido. En su obra El hombre y la gente Ortega puntualiza de la siguiente manera esta tendencia natural del hombre al olvido, en contraste con lo antinatural que es permanecer en la potencia del pensamiento:

Esa atención hacia dentro, que es el ensimismamiento, es el hecho más antinatural, más ultrabiológico. El hombre ha tardado miles y miles de años en educar un poco —nada más que un poco— su capacidad de concentración. Lo que le es natural es dispersarse, distraerse hacia fuera, como el mono en la selva y en la jaula del Zoo.

3.Ortega y Gasset, O. El hombre y la gente, Alianza Editorial: 1996, p.95.

La Filosofía lucha contra el olvido y el engaño mediante la constante observación crítica de los fenómenos originarios y fundamentales de la condición humana y todo lo que deriva de ella. Luchar por la verdad implica un doble movimiento, su búsqueda pero también su mantenimiento en tanto apertura no velada, es decir, una lucha por el no-olvido.

La verdad no es un contenido absoluto rector del ser, más bien es un espacio ontológico abierto, pero que tiende a cerrarse sobre sí mismo, y que por ello requiere de sujetos en vigilia que luchen por mantener su apertura. 

4. Op. cit., El hombre y la gente, p. 93.

Para ello es necesario una lucha de la fuerza del pensamiento por mantener abierto un espacio que tiende a la clausura de sí mismo.

En el cuento de Borges, Funes haciendo alusión a su capacidad de recordar todo dice: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”. Y luego agrega: “Mis sueños son como la vigilia de ustedes”. Recordar se realiza mejor en las condiciones de existencia de “la vigilia”. Ortega dice también que su amigo, el gran filósofo Max Scheler, “se murió de no poder dormir”

Los grandes filósofos han abierto estos espacios, pero también han tenido que luchar para que los mismos no se cierren sobre sí mismos, pues es parte de su naturaleza.  Muchas veces estos espacios se cierran por un tiempo y vuelven a ser abiertos por pensadores posteriores que retoman ideas olvidadas de filósofos precedentes. Por ello la filosofía y su historia en tanto desarrollo, son condición de posibilidad de todo auténtico filosofar.

La saturación en pos de lograr una hegemonía cultural es una forma de violencia, específicamente de violencia simbólica. El olvido y el engaño también pueden lograrse mediante la sustitución del significado -en la conciencia colectiva- de ciertas expresiones lingüísticas sociales, culturales, políticas, etc. La  censura también puede ser impuesta de una manera “elegante” y “sigilosa”. Alcanza con sustituir significados simbólicos y desterrarlos hasta lograr el ostracismo de parte o de la totalidad de una cultura hasta entonces vigente. No toda resignificación es “progreso”. La resignificación en sí misma no debe ser hipostasiada, hay un enorme peligro en ello, quizá esta sea una de las enfermedades que se debe atender con gran urgencia en nuestro tiempo: La fetichización de la resignificación. Heidegger en Ser y tiempo receta la Destrucción de la Historia de la ontología a fin de depurar las capas de sentido que se adhieren y distorsionan los significados originarios mediante una resignificación adulterada.

Esta vía que abre Heidegger, de hacer filosofía como crítica del olvido y el engaño en pos de arribar al desengaño y al sentido originario……

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